Thursday, November 20, 2008

EL SUEÑO DE CARLOS

Carlos Madrid es un amigo, un flaco gigante de casi dos metros, como un quijote costero. Profesor de arte, dueño de una imaginación desbordante y de una inocencia casi castigable, pasó más de la mitad de su vida desterrado en la caleta nortina de Mejillones. Nada fiel a la canción, aquella tan famosa de Gamelin Guerra, "Carlos en Mejillones nunca tuvo un amor", así que solo y abrumado vio pasar sus días viendo viejos libros de arte, que se convirtieron, con el tiempo, en la única catedral o museo que le permitían regocijar sus ojos tristes con belleza prestada de otras latitudes.

Un día cuando se inauguro la única discoteca del pueblo, los organizadores decidieron llevar a la modelo criolla Carlita Ochoa. Siliconosa, plástica, operada, anoréxica y mediática, esta diva del bajo mundo se transformo en la locura de la caleta, una especie de Madonna rural, que venia a desempañar la miseria estética de tan abandonada aldea.

Carlos no lo pensó dos veces y compro su entrada, a fin de cuentas el único paisaje femenino al que ya había acostumbrado sus ojos, estaba compuesto por varias regordetas culonas de pelo chuzo y de violentada dentadura, alguna que otra ninfa de senos abultados, de proporciones ajenas a sus cuerpos pequeños de color guiro, un par de flacas deslavadas, de manos escamosas y poderoso olor a jurel fresco, manchadas por el maldito UV incandescente y sal marina.

Esa noche, así como Carlos, todos los galanes de la aldea se amontonaron en el magno evento, ataviados con sus mejores galas: camisas negras a lo Raphael de España (Er niño), corte de pelo a lo Eros Ramazzotti y con el look de pelo mojado a lo Mauricio Pinilla, el gran referente del cuma erótico del pueblo Chileno.

El aire del local estaba cargado a colonia cafiche, desde la antigua “Kabuki” que alguno le robo a su abuelo setentero, de la inmortal “Denim” (incluido pelo en el pesssho) y el más pudiente se lanzo con La “Diabolo” de Antonio Banderas, esperanzados de que la gran diva se fijara en ellos y les diera sus secretos húmedos, como lo hizo, con el ahora concejal musculoso, (incluyo músculo genital que aparece en sus fotos de bóxer abultado, en catálogos de alguna marca tipo Chiteco), me refiero al siempre bronceado y sonriente Patricio Laguna.

- Creo que debe haber sido el copete, me confeso una tarde de invierno sentados a orilla del mar, o el exceso de humo que hacia difícil oxigenar la mente, -"es que dios es tan descuidado conmigo" sentencio, porque cuando apareció Carlita en escena, se volvió como loco. No recordaba haber visto algo semejante en su vida. Para él, eran como dos metros de hembra dura y ganosa que se retorcía con su cuerpo tallado por la tecnología y el bisturí, la misma sonrisa imperturbable de la televisión, la misma silicona dura de las revistas, el mismo look mancillado hasta el cansancio por S.Q.P., estaba frente a él.

Por eso perdió la razón mi pobre amigo, por eso se puso a gritar como niño hambriento, por eso bailaba con arritmia, mientras le versaba textos prohibidos y calentorros como si un dios flaite se apoderara de sus deseos:

- ¡¡¡¡Rica, perrita, guachita, mijita, te comeria toda!!!.

No se dio cuenta cuando apareció en el escenario agarrando a la fuerza las presas falsas de la mediática star chilensis, que entre gritos de gata asustada arrancaba de las manos torpes de Carlos que se aferraba al diminuto "colaless". A patada limpia lo sacaron de la performance pueblerina.

Se encontró, en segundos, tirado en la calle húmeda de sal de la aldea convulsionada y sacudió su dignidad, respiro profundo, mientras volvía a la cruda realidad. Luego camino solo por la avenida Prat, desgarbado y tiritón. Decidió entonces que lo suyo eran sólo aquellas musas morenas de sol y carcajadas escandalosas, cuyo aroma a pescado le era más terrenal. Ya no más paisajes estéticos foráneos, ni sueños humedos de extranjera procedencia, pues como versa el dicho sabio y popular: ”El que no tiene más, con su señora no más se acuesta”.

Wednesday, August 02, 2006

VIVA EL REY

Parado en la calle, en una noche lluviosa, mire el reloj repetidas veces, para asegurarme que era la hora adecuada… me pregunte si mi impaciencia era normal, a fin de cuentas lo que estaba a punto de vivir no era algo cotidiano, era la continuación de una historia que quedo inconclusa hace casi treinta años.

Mi nerviosismo no era evidente, he aprendido a actuar, a ser un buen kiltro domesticado, una especie de perro rasca que sabe comportarse, sin embargo me preocupaba el reencontrarme con un verdadero mito de la nobleza criolla, una especie de Harry Potter chicano, un ser único, aplaudido por sus seguidores y amado por las plebeyas de la comarca, que soñaban convertirse en la doncella escogida, para por fin cambiar su suerte.
Yo sólo fui su compañero, a ratos su amigo fugaz. Pero ahora, a minutos de su reaparición, su sola presencia me hacia pensar en cosas tan delirantes y absurdas como mi manía por la vida monárquica a la que tanto he dedicado lecturas y de la que he sido ajeno, hasta hoy.

De esta locura "REAL", no había indagado mucho y pensé que era evidentemente un mal rollo mió, un trauma de roto de población, una necesidad de aceptación y de aplauso. Sin embargo esa teoría se vino abajo, felizmente para mi, cuando llego a mis manos un documento que certificaba que por mis venas, hasta ese momento cumas, corría sangre azul, un poco desteñida por el mal uso y la alimentación tercermundista, llena de cochayuyo, parrilladas con interiores, empanadas, sopaipillas y fritangas varias, que han venido a aguar mi linaje, pero azul al fin y al cabo.

Este documento es un título nobiliario otorgado a la familia Aibar en Navarra, por la familia real, evidentemente. El linaje de Aibar constituía la tercera baronía de los ricos-hombres de Navarra; la más alta nobleza del Reino, en época medieval, co escudo de oro y toda la parafernalia que corresponde a una cosa como esta. A finales del siglo XV era señor del palacio de esta comarca Simón de Aibar, evidentemente mi familiar, que reino en la hermosa villa de piedra que lleva ese nombre y en donde ejercieron su poder varios parientes mios, absolutamente monarquicos.

Mientras llovía y esperaba, además de tratar de acostumbrarme a mi nuevo linaje, recordé como he recorrido medio mundo, tratando siempre de visitar castillos a granel, de haber escudriñado en la monarquía francesa, (reconozco mi fanatismo) e incluso de haber visitado en varias oportunidades el fantástico palacio de Versailles, solamente para recorrer sus dependencias con alucinación, de admirar el trono de oro del rey, que sigo pensando debería ser mió, me vería envidiable sentado en él, mientras escribo en el notebook en el que descansan mis delirios mentales y pararme en los enormes ventanales de sus habitaciones mirando los bellos jardines, porque muy interiormente siempre he sentido que ese lugar, alguna vez fue mi hogar.
Por eso y otras razonas de tipo real (de realeza), voy a dar a este relato un toque diferente, un tanto monarquico, asumiendo mi casta y la corona que pesa desde hoy sobre mi cabeza y mi pelo que alguna vez se vio bañado por la más ordaca de las pociones químicas creadas por el hombre en los años setenta… el shampoo ZALO REYES, en el período en que este señor era el gorrión de Conchalí y el dios absoluto de la canción poblacional y cebolla., cuyo legado en mi cuero cabelludo fue una enorme porción de caspa, abundante, blanca y saltarina como una bolsa de chuchoca, la que después de arduas batallas, por fin, pude vencer, con otro agente químico cuyo efecto secundario fue una desconsolada calvicie que padezco hasta estos días.

Como llevo poco tiempo con esto de “no ser plebeyo”, mi mente ha sufrido verdaderas convulsiones, no es facil convertirse en rey y en esos menesteres inertes he estado yo hasta el momento de escribir esta crónica.

Para este relato debo remontarme una tarde del mes de mayo, cuando un llamado telefónico me remeció y me llevo a la noche lluviosa de Isidora Goyenechea. Al otro lado de la línea Julio, Jaime y Pedro hablaban conmigo desde el mas allá.

Efectivamente, pues estos tres personajes fueron mis compañeros de curso en la básica, en PEDRO DE VALDIVIA, en una pequeña escuelita de esa ciudad salitrera. Me invitaban a una reunión para el día 27 de mayo, en donde todos esos niños se volverían a juntar 27 años después, para contar que había pasado con ellos durante estas casi tres décadas.

Hicieron un trabajo titánico, escudriñaron en papeles, fotos y lograron dar con el paradero de todos, prepararon un DVD con imágenes de Pedro de valdivia, cuyas puertas se cerraron hace varios años convirtiéndola en un pueblo fantasma.

De todos los invitados cinco estamos en Santiago. Galvarino, Anita, Juan, Aldo y yo.
Sólo Galvarino y Anita acudieron a la cita en el norte, los demás nos conformarnos con una cena en un restaurante Español, a cuya cita acudimos para reconocernos.

Aquella inolvidable velada, fue enmarcada con la presencia de la duquesa de Wittwer (ANITA) y el conde de Vera (ALDO). Yo era el único plebeyo cuyo titulo nobiliario era inexistente para entonces, pero pude hacer parte de este magno evento gracias a las proezas comerciales de mi padre, mercader poderoso, que al igual que Marco polo conquisto nuevas rutas que beneficiaron las arcas de la comarca de Pedro de Valdivia.

En realidad se trata de un pequeño poblado enclavado en el desierto más árido del mundo, una oficina salitrera en donde pase parte de mi infancia, un lugar sagrado al que sólo he regresado en mi mente.

Finalmente llegó Juan Soto, el mismísimo Juan II, príncipe de la comarca de las lomas salitreras de Pedro de Valdivia. el mejor alumno del curso, que vivía en la zona alta del pueblo, conocida como Chalet, un Barrio alto en medio de la nada, una mutación entre la dehesa y el Sahara.

Dueño de un carácter maduro y reservado. Elegante, sobrio, educado y amable. Una especie de príncipe pampino, titulo que le he otorgado durante la cena, pues entre otras virtudes era el hijo del Administrador de Pedro de Valdivia, una suerte de rey del pueblo, soberano absoluto, al que todo el mundo rendía pleitesía. A pesar de este poder Juan, era verdaderamente sencillo, afable y buen compañero. Le recuerdo bien peinado, observador, casi perfecto.

Anita Wittwer. La única rubia del curso, casi una excentricidad en medio de tanto negrito asoleado, una especie de pernil en el centro de un campamento de Etiopía, también vivía en la dehesa de la pampa, por tanto parte del Jet set del lugar. Su padre ocupaba un cargo importante en la empresa, vendría a ser una especie de duquesa o baronesa de la comarca.

Buena alumna, muy simpática y dueña de unos hermosos ojos verdes que nos hacían soñar a todos. No había nadie que no estuviera enamorado de Anita, de su pelo rubio largo tomado siempre en una traba. De su voz dulce, de sus buenos modales. Herencia genética, alemana y de cepa española.

Su madre era un verdadero espejismo, en esas desoladas latitudes. Una mujer siempre bien vestida, de riguroso traje dos piezas y un peinado vaporoso. La veo conducir su MG blanco a toda velocidad por la línea negra que es la carretera en ese lugar, hacia algún trámite de el que siempre se encargaba con voz de mando. Ella es de esos seres que nacen de pie, que basta sólo mirarlos una vez para saber que ninguna roca podría derribarla.

Aldo vera, otro del jet set pampino, amigo inseparable de Anita en la infancia, de notas regulares. Un tanto hippie, sofisticado, una especie de yupie tibetano, amable y simpático. Dueño de un humor intelectualmente negro y de un mundo interior convulsionado. Poco recordaba de él, así es esta seria la ocasión para redescubrirle.

Durante la cena pensé, que la vida tiene extrañas maneras para hacerte saber que el tiempo, en muchos casos es sólo un detalle, Parecía no haber ocurrido nada en nuestras vidas desde el día en que nos miramos por ultima vez, tal vez sin saber que pasarían casi treinta años antes de cruzarme nuevamente con los ojos verdes de Anita, la mirada melancólica de Juan o los burlones ojos de Aldo. Ahí estábamos riéndonos hasta el cansancio, hablando de cosas cotidianas como si treinta años fue ayer. Pensé en mis compañeros de curso que no he vuelto a ver, aun tengo presente en mi cabeza algunos paisajes de la pampa, ese lugar árido donde no hay vegetación, donde las únicas flores hermosas son los niños y los árboles sus fuertes trabajadores. Veo a algunos correr por las calles de tierra, con el pelo empolvado, la piel morena y los ojos brillantes de imaginación. Los veo siempre así, los recuerdo gritando eufóricos en la sala de clases mientras yo regaba por los cielos cientos de caramelos, como una lluvia multicolor, es una imagen en cámara lenta, eterna y maravillosa.

Después de despedirnos, decidí caminar por la noche mojada de Santiago rumbo al estacionamiento, necesitaba meditar y abrazarme con mi pena, mi alegría y entre tanto pensamiento atemporal, tuve la impresión de que estábamos intactos, salvo claro por los estragos evidentes en nuestros cuerpos, que como bien grafica la frase celebre de un travesti con el que filme hace algunos años. “Este cuerpo que me dio fama y fortuna, me da ahora penas y miserias.” Esto es valido incluso para un hombre con sangre azul y títulos nobiliarios como yo.

LARGA VIDA AL REY, o sea a mi.

Friday, June 16, 2006

UNA NEGRA VERDAD



Conducía a toda velocidad por la carretera, escuchando a la inigualable Aretha Franklin. Me fascina saber que existe en el mundo un ser con obesidad mórbida que puede ser famoso, un espécimen más gordo que yo, siento que tengo una oportunidad. Era una noche lluviosa, oscura y tenebrosa, como una escena de Hitchcock, en esos films en blanco y negro.
Trataba de llegar pronto a destino, pues en esa soledad no estaba a gusto, me sentía inseguro, lo único que me daba tranquilidad era escuchar la voz potente de Aretha, mi cantante favorita, esa diosa con retención de liquido, que cuando se sacude es como un enorme guatero viviente. Increíblemente oírla me daba confianza, a pesar de circular casi a tientas por la carretera y sólo me molestaba el hecho de haber levado y aspirado el auto hace sólo un par de horas, dejándolo reluciente, como zapato de primera comunión, ignorando a mis amigos, que me adelantaban que esa noche llovería y que de nada serviría mi esfuerzo de higiene automotriz.

En esos menesteres ordinarios vagaba mi cabeza, cuando de pronto y como un espejismo rural, diviso en plena carretera a una mujer de unos 30 años, de pie, con su pequeño bebe en brazos, esperando que alguien la pudiese llevar. Subí las luces para asegurarme que se trataba de lo que yo creía ver y efectivamente era así.
Estaba sola, resguardándose de la lluvia con un pedazo de bolsa de plástico, tratando de proteger a su criatura. Era una imagen extraña, como un injerto entre casa "Copeba" y una escena sufrida de "Ochin", esa teleserie japonesa de los 90, ese culebrón oriental, que contaba la historia de una mujer más sufrida que un tango, que después de pasar por cuanta miseria se pueda inventar, logra ser feliz, pero caga altiro, porque le cae la bomba atómica en el patio de la casa dejándola viva, evidentemente, para poder alargar la teleserie en cien sufridos capítulos más.
Así era la imagen que estaba frente a mí, esa mujer haciendo aguas por todos lados, como un río humano, como si fuera una estatua en una fuente de agua, como una Pietá, así como la de Miguel Ángel, esa escultura grandiosa que esta en el Vaticano, la virgen con Cristo en los brazos, en mármol de Carrara legitimo...La mía, en cambio, era una versión criolla, casi de Pomaire.

Miré el interior de mi auto y pensé en el barro que dejarían estos visitantes si decidiera llevarlos. Pensé en que se mojarían mis jeans Versace si me bajaba, pensé en mi perfúme Dolce & Gabbana, pensé en hacerme el loco, total esto no era cosa mía… En eso estaba hasta que me acerque a ellos y vi por la ventana mojada el rostro de la mujer, su mirada angustiada pidiendo clemencia como el gato con botas de Shrek, con ojos vidriosos, mientras sostenía a su niño en brazos arropado en frazadas, como un lulo gigante, como un enorme wantan.

Me detuve, ante mi vergüenza, para dar rienda suelta a los valores que mis padres me inculcaron toda la vida y que aparecieron de repente, asi, en medio de la delirante voz de Aretha que ahora cantaba "Respect" y pensé... esto debe ser un mensaje. Bajé el vidrio y la miré con amabilidad, mientras ella se acerco más para hablarme.

- Señor, por favor, necesito llevar a mi niño al doctor, esta muy enfermo, lléveme, por amor a dios, se lo suplico.

- Claro señora suba. (No me bajé por culpa de Versace, no quise que el finado italiano me enviara una maldición desde el otro mundo, por mojar una de sus creaciones.)

Ella abre la puerta de atrás y pone al niño en el asiento trasero.

- Siéntese adelante y deje a su niño dormir solo atrás, ahi va a estar más cómodo.

La mujer se sienta a mi lado y me mira con gratitud.

En ese momento, cuando me disponía a partir, miro por el espejo retrovisor para asegurarme que no viene nadie por detrás y me doy cuenta, no tengo claro aun como lo supe, de que algo no andaba bien.

De reojo vi que entre las frazadas que arropaban al niño enfermo, a ese cristo Pomairino, emerge una pistola y una mano chiquita pero abultada, como inflada, amorfa apuntándome directo a la cabeza. Sin entender aun que sucedía, mire a la mujer cuyos ojos ya no eran de clemencia, ya no era el gato de Shrek, ahora estaban rígidos, penetrantes, rojos, irritados como de guarén con conjuntivitis. Me quede estupefacto, congelado, hasta la guatona Franklin se quedo sin aire y dejo de cantar. Me quede petrificado, sin habla, sin reacción, sentí como si me fuera a otro lugar, a un espacio más apacible, hasta que algo me sobresalto, trayéndome a la realidad de un paraguaso, y fue el horror más desquiciado que jamás haya imaginado, una voz de hombre adulto que provenia desde el asiento trasero, del lulo, como si fuera una grabacion satánica, como la de la brasileña Xuxa, que demandó.

- Bájate del auto conchetumadre.

- Quién habla?
Me pregunté incrédulo, mientras la guagua se quitaba el lulo de wantán que traía, emergiendo como un alien de una masa de telas húmedas hediondas a asumagado cortando en el aire mi Dolce & Gabbana. Sólo en ese momento pude verlo… Era un enano, un hombre chico, un adulto en miniatura disfrazado de niño que me apuntaba, mientras trataba de sacarme del auto con sus manitas abultadas como perniles diminutos.
Salí abrumado como si hubiese visto a un extraterrestre, la mujer tomó el volante y partieron por la carretera escuchando a la Aretha Franklin, que traicionera, la negra obesa, volvió a cantar para ellos, dejándome solo en medio de la nada, mojado y desconcertado.
Nunca confíes, me dije, en una negra gorda, habiendo tanto negrito desnutrido en el mundo. Sólo eso fue mi consuelo.

Wednesday, April 19, 2006

NACE UNA ESTRELLA



- Espere un momento que se pone

Dice la voz de la secretaria de El Deseo S. A, en Madrid. Al otro lado de la línea, yo con el corazón en la mano, sentía que se me aceleraba el pulso y que la cabeza se me calentaba, a punto de reventar en sangre.

Pedro Almodóvar, mi ídolo, tomaría el teléfono para hablar conmigo, dejaría de trabajar en “La mala educación” por un instante, para escucharme.

- Habla Pedro, Hola

A penas me salió la voz y a duras penas le explique que quería enviarle una película desde Chile, …que era humilde, de pocos recursos, etc

- Bueno hombre, envíala, yo la veré y gracias por pensar en mi.

No me acuerdo de todo lo que hablamos, que fue bastante más que lo que he escrito, pero si recuerdo, que una vez que colgué caí de espaldas en mi cama tratando de recuperar el alma. Me sentí entupidamente convulsionado y por un momento recordé una imagen moquillenta que había visto un par de meses antes en el desaparecido hotel Pedro de Valdivia, en Valdivia, cuando fui seleccionado para el festival internacional de cine, en la categoría cortometrajes.

Por una extraña coincidencia me toco viajar en el mismo avión con Luciano Cruz Coke, que presentaría allá el nuevo libro de su amigo Alberto Fuguet. Cuando llegamos al hotel, una verdadera jauría de adolescentes, histéricamente enamoradas de este galán mediático, se abalanzaron sobre el auto que nos trasladaba. Fue tanto el escándalo, que carabineros debió hacer una especie de túnel para que pudiésemos salir, al mas puro estilo The Beatles. En realidad todo era para él, porque yo no existía en la fantasia sexual-puber y lactea de esas histéricas fans, que no dejaban de gritar y chillar como chanchos de matadero. El show era tal, que se tiraban sobre cualquier cosa que se movía y en esa categoría calificaba yo.

Una vez a salvo y sentados en el bar del hotel, podíamos divisar a una joven que habia evitado la vigilancia del lugar y que lloraba desde el otro lado del gran ventanal que daba hacia la calle. Pegada, parada como una estatua de cine gore, como imantada, moquillenta, ovárica y desconsolada, con el rostro desfigurado, mientras Luciano impávido, brindaba conmigo.

Así de fan, me sentía con Almodóvar al teléfono, como una especie de cheerleader intelectual que le hace barra a su ídolo a trece mil kilómetros de distancia.

Unos años atrás, en Paris durante la dictadura militar en Chile, se organizó en mi universidad, La Sorbonne, un acto de apoyo a los artistas amenazados de muerte. Un montón de estrellas de la canción del cine y plástica mundial se dieron cita para compartir con los chilenos invitados a este acto, en el que evidentemente figuraba yo.

El caso es que me sentaron frente a mi gurú de la infancia, el fantástico Christopher Reeves. (Nunca me crei Superman). Sin embargo, a un costado y como una especie de ladilla fashion, se sentó un gringo que nunca había visto y que me habló sin parar durante la velada entera.

Lo único que deseaba en ese momento, era que Christopher, se metiera en la cabina telefónica más cercana, se pusiera su traje con capa roja y se llevara a ese gueón lejos. Pero la realidad era otra y durante toda la noche no pude cumplir mi sueño de conversar largo y tendido con mi héroe, sólo un saludo protocolar y un brindis con vino chileno.

Mientras tanto el parlanchín gringo, que aseguraba ser un actor famoso, que ante mi incredulidad se reía a mares, pegado cual koala australiano, me contaba mil historias que no recuerdo. Al final, vencido por el cansancio, acepté tomar un copete fino con este seudo actor en un bar Parisino, y para capear la noche, decidí, como venganza, contarle mi infancia en el desierto de Chile. Mis persecuciones al hombre chancho, entre cerros violetas, alumbrando con antorchas las tenebrosas cuevas pampinas…o cuando en mis primeros seis años de vida no fui un ser humano, sino un “auto”, como podrá atestiguar todo aquel que me conoció en esa época.

Me creí auto por mucho tiempo, de todo tipo y modelo. Bus, ambulancia, camión, etc. Hasta que un día, me encontré de frente con un loco de verdad en una gasolinera, al que le echaban combustible en uno de los bolsillos del pantalón y comprendí finalmente que no quería ser ese modelo de auto, porque a fin de cuentas, no era más que un pobre ser humano. Ahí cago mi fantasía automotriz y me convertí en un mundano mortal. Eso es lo que yo predico, pero entre nosotros...sigo siendo un auto, un Audi 6 por cierto, por lo menos este año.

El gringo absolutamente interesado y en silencio me miraba como si estuviese frente un extra terrestre andino, no daba crédito a mi pasado sudamericano, eso, hasta que se me apago la tele.

El gringo brindaba por mis historias y yo en silencio brindaba por Superman. Lo ultimo que recuerdo antes de caer embriagado, aturdido como toro de corrida madrileña, fue que en mi mente, apareció la mirada azul de mi héroe, la misma que vi en la pantalla grande, cuando vestido como Superman, Christopher Reeves salvaba a cuanto gueón se le atravesaba, un par de décadas antes, en un cine de Antofagasta, junto a mi hermano Roberto, extasiados, comiéndonos un "Danky-Nogatongamegalo-somanjarchafafrinilofo."

Al otro día, me entere de que el parlanchín se llamaba Mickey Rourke, que de verdad era famoso, que había hecho “Nueve Semanas y Media” con la estupenda Kim Bassinger. Ignorante de todo, me sentí el ser mas vaca que había pisado el universo. Se demoró cuatro días en pasar mi vergüenza, antes de llamarlo para disculparme por mi numerito.
Y si de numeritos se trata, nada como mi entrevista a Roberto Parra, el hermano de la gran Violeta o del increíble Nicanor. El mítico personaje de “La Negra Ester”. A quien fui a entrevistar para un programa de noticias estudiantiles, que yo había fundado en Antofagasta mientras estudiaba diseño.

Ese día, “El Gran Circo Teatro” se presentaba en la ciudad con su obra máxima que había recorrido los cinco continentes. Después de hacerle la guardia durante todo el día y con la paciencia de chino pobre, en el límite de lo soportable, logre abordarlo minutos antes que comenzara la función.

- Don Roberto, quisiera pedirle unos minuto para hacerle una pequeña entrevista
- ¿Quién es usted?
- Soy estudiante de diseño y esta entrevista es para un noticiero estudiantil
- No, yo no doy entrevistas, no me interesa
- (Con Voz de gueón afligido) …Pero don Roberto, somos estudiantes…
- No, no quiero

Sentí que algo me quemaba el cuello, como si millones de feriantes gritaran al unísono sus productos y de mi boca salió un volcán descontrolado, con palabras de lava

- Que te imaginai viejo conchetumadre, cafiche, si no fuera por esa puta, que aun después de muerta sigues explotando, nadie te conocería…

Aparecieron los guardias del teatro corriendo que a empujones y en andas, cual virgen de la tirana, me sacaron cagando, mientras la vieja de población que vive en todo chileno salía de mi boca sin censura.

Extrañamente, días más tarde, en Tocopilla el propio Director de la obra, el gran Andrés Pérez me invito a la función de esa noche. Mi asiento era numerado y cual fue mi sorpresa al constatar que mi vecino de butaca era el mismísimo Don Roberto Parra.

Cuando lo vi, pensé que me gritaría la vida entera al reconocerme, que probablemente me baldearía en insultos desconocidos para la urbe y sólo reconocibles en prostíbulos de poca monta, pero nada. Llego a mi lado, me miro fijo a los ojos, me sonrió y saco de su bolsillo un enorme chocolate Capri de frutilla, que disfrutamos viendo su vida pasar en el escenario.

Mientras degustaba los edulcorantes autorizados, saborisantes varios y sucedáneos de cacao, recordé a todos esos personajes históricos con los que alguna vez me había topado. A Sting firmándome un libro y hablándome en un español más raro que gallina con hombros; la tarde en que intenté toparme con Elton John, en la pista de patinaje en hielo del hotel Dolder en suiza. Él estaba en la terraza, mientras yo sin haberlo meditado antes, me calce un par de patines que me llevaron literalmente de hocico a sus pies, me recogió desde el suelo, tomándome con las mismas manos con las que toca el piano blanco en su mansión londinense, ataviado de riguroso Versace, con las que compuso junto a Jhon Lennon, o tocó las melodías mas hermosas en la historia del pop británico.

Hace un par de meses en el aeropuerto de Antofagasta, justo antes de abordar un avión, dos chicas se acercaron temblorosas. Me dijeron que me habían reconocido por la foto que aparecía en el diario, que habían ido a ver mi película en la muestra que se hizo en la ciudad. Me pidieron un autógrafo, el primero de mi vida y el que firme avergonzado y tiritón. Nos sacamos una foto, ante la mirada curiosa de los presentes y yo salí hinchado como empanada de queso, rumbo a mi nueva vida mediática de star.

Ya no más miradas lascivas a mis ídolos, ya no más persecuciones alocadas, ya no más nervios descontrolados por las estrellas del show bussines… ahora le toca a ustedes. Ya tengo mis gafas puestas y mi pluma Montt Blanc lista para los autógrafos.

Monday, November 28, 2005

EXTASIS DE PATO

A fines del ochenta en Paris, mientras estudiaba, se conmemoraban dos acontecimientos muy importantes: Los cien años de la Torre Eiffel y los doscientos años de la revolución Francesa, con espectáculos que duraron casi todo el año y de un nivel jamás antes visto, por lo menos por mis ojos de provinciano.

En Versailles por ejemplo, se recreo la vida de los reyes. Pude ver a Maria Antonieta y su marido, el rey de Francia en plena pompa, con la corte y sirvientes caminando con paso maricueca por los jardines de palacio; La revuelta del pueblo en la plaza de la Bastilla y la inauguración de monumentos nuevos con harto cuete, rayo láser, luces y cantos. Para entonces, Sergio Ortega, el chileno, el mismo de la UP, que es considerado en Francia como uno de los más grandes compositores modernos y que tiene, la no despreciable fama, de haber compuesto más obras sobre la revolución francesa que ningún otro músico galo, preparaba una ópera para las celebraciones bicentenarias.

Mi prima Nilza, quien se encontraba realizando estudios superiores de música allá, me invito a participar del coro de esta magna obra. Fui un par de veces, pero deserte pues mi visión cuma no me permitía para entonces, comprender en lo que me estaba involucrando. Cuando finalmente asistí a la presentación, como público, caí en mi error. Entre en un éxtasis total ante la magnificencia del espectáculo que estaba frente a mí y aun me pesa no haber participado en esa obra fantástica, alucinante, con un despliegue técnico y artístico que no he visto jamás en alguna presentación por estos lados del mundo. Ese privilegio que sólo pocos tuvimos la suerte de ver, me acompaña hasta hoy, cuando recuerdo cada uno de las arias de la obra y sobre todo cuando conmemoro el genio del señor Ortega.

Esta especie de éxtasis en el que suelo caer frente a la maravilla de un espectáculo, una pintura, una canción o cualquier cosa bella, me ha hecho blanco de las críticas y bromas por parte de mis amigos, que consideran que me pongo “cuatico”, pues cuando veo algo bello me descontrolo, segun ellos.

A mi me pasa con la belleza, el equivalente a lo que le sucede a un hincha en el estadio, cuando su equipo favorito gana el campeonato nacional, es decir... euforia total. Por eso una vez me echaron cagando del museo de Orsay, por correrle mano a una pintura de Van Gogh. No lo pude evitar, me encandilo el relieve de su pintura, esos cúmulos de óleo que parecen salirse del formato como transformándose en realidad total. No me lo había imaginado nunca de ese modo, menos después de haberme educado viendo pinturas en las reproducciones de la revista Icarito, en ese miserable papel roneo, grisáceo de los años 70, que olía a carne fresca.

Lo mismo me paso con la escultura “El Esclavo”, de Miguel Angel, en el Louvre, con la cual tenemos una relación y un pacto inconfesable. Así, cada vez que me aparezco por allá le doy unos buenos agarrones que ambos disfrutamos en secreto.

Esta patología, tan criticada, de caer en una especie de trance, creo yo, tiene su origen en un acontecimiento artístico contradictorio y que se remonta a mi niñez en un campamento minero de la segunda región de Chile, Mantos Blancos.

En este pueblito, a varios miles de metros sobre el nivel del mar, pase gran parte de mi infancia. Esta ubicado entre cerros rodeado de cúmulos como tortas de tierra, que son el resultado de las excavaciones en la mina de cobre. Y salvo por algunas casas, los trabajadores, mucho viento y enormes cerros que duermen como dinosaurios violetas, no había nada más.

El eximio pintor chileno Ramón Vergara Grez, creador del grupo rectángulo, me dijo una vez, que la forma particular de ver las cosas, esta dictaminada por el espacio en el que a uno aprendió a ver al mundo. Según esta teoría, en la que creo, para la gente del norte, acostumbrada a ver grandes extensiones y superficies indómitas, no seria una casualidad que tener rasgos exagerados, que nos lleven a sobre dimensionar las cosas, sobre todo cuando la escala humana se desconcierta con tamañas superficies.

De algún modo, esa visión sólo busca entender lo que hay mas allá, descubrir nuevos mundos soñados y algunos tan originales que aun no podemos si quiera intuir.

En ese sentido, todo lo que yo tenia en mi infancia era pura imaginación.Hacia donde mirara siempre había lo mismo... tierra y cerros, entonces no había otro modo de subsistir sino inventando y exagerando lo que veía.

En eso mi padre era y aun lo es, un creador de sueños innato. Me educó soñando en medio de mundos fantásticos y cuando niño fui victima, junto a mis hermanos, de los cuentos más fabulosos que emanaban de su cabeza soñadora.

Dueño de una enorme contextura, deportista hasta el cansancio, mi padre jugaba fútbol y tenis todos los días, bajo los 40 grados de temperatura que hay en pleno desierto. En las mañanas nos despertaba, cuando llegaba de su trote matinal y nos explicaba que su cansancio se debía a que acababa de luchar con un enorme león en el cerro.

Después de una lucha que parecía no tener tregua, debido a que la fuerza de ambos contendores estaba equiparada, lo pudo vencer, explicaba, gracias a la inteligencia que sólo el hombre es capaz de tener. En un momento, cuando el león se abalanzo con toda su fuerza, mi padre aprovecho que este abrió el hocico y con una rapidez asombrosa tomo una decisión temeraria que le salvo la vida. Introdujo toda su mano en la boca del animal con extremo valor y evitando que lo devorara, llego hasta la cola y con fuerza de un coloso lo había dado vuelta, dejando las costillas del felino a la intemperie.

Nosotros alucinábamos con el relato de nuestro héroe y tratábamos de imaginar el resultado calamitoso en el que había quedado el malvado león.

Pocas veces habla en serio mi padre, por eso sólo cuando adulto pude comprobar que “Camarones”, la ciudad más moderna de Chile donde nació, era más bien un pequeño poblado, en el que no había edificios de 20 pisos de adobe y que la mayor fuente de ingresos de la ciudad era una mentira más de mi padre…ni el agua en polvo, ni las plantaciones de fideos existían.

En esa misma época, la de mi infancia, soñaba con algún día poder ver las maravillas que el mundo exhibía en revistas y la televisión. Lamentablemente para mi y para ese pequeño pueblo, sólo llegaban los murmullos de lo que en el mundo pasaba. Por ello mi rutina diaria era imaginarme asistiendo a estos conciertos de elite en los que podía escuchar las óperas más desgarradoras y ver las pinturas más vanguardistas. Eso hasta que un día, mi suerte pareció cambiar.

A mi pequeño pueblo arribo un circo con bombos y platillos. Una extraña y varonil voz metálica recorrió las polvorientas calles alucinando mis oídos. Las mujeres dejaron sus labores hogareñas para asomarse a las ventanas, llamadas por el bullicio, mientras los niños del lugar, corríamos extasiados detrás de la destartalada citroneta, que lucia una enorme bocina que hacia de parlante, por donde gritaba una mala grabación a los cuatro vientos, las atracciones de la carpa circense.

Un mono de las Amazonas amaestrado, capaz de realizar la piruetas más sorprendentes, un llamo altiplánico, que hacia acrobacias andinas, unos pequeños perros bailarines, payasos capaces de hacer explotar esfínteres de la risa y un numero realmente único, “La mariposa encantada”, un ser de otro mundo, capas de adivinarlo todo.

El circo se instalo en la ladera de un cerro en medio de la nada, donde el viento implacable se quedaba a jugar toda la noche. A pesar de eso, el circo desarmo sus petacas y con gran sigilo tuvo todo listo para la función de la noche. Todo el día me quede viendo, como se erigía ante mis ojos la desgastada carpa quemada por el sol, que a mi me parecía esplendida. Corrí enloquecido donde mi padre para que me llevara a ver la función que nos dejaría, seguramente, boquiabiertos por el resto de nuestras vidas , y así sucedió.

Esa noche, bien peinado y vestido elegantemente, junto a mis hermanos, mi madre y mi padre, nos sentamos en la platea del circo que cambiaria mi vida.

La carpa me pareció enorme, con el tiempo me di cuenta que era enana y que estaba bien deteriorada. La iluminación era más bien nula, sólo había una gran ampolleta blanca en el centro, que colgaba de un cable pelado, como llorando por matar a alguien de un guaracazo eléctrico. A un costado estaba el mismo parlante que anunciaba el circo en las calles, pero ahora lucia impecable sobre un mástil, por donde brotaba música marcial.

Un lleno total coronaba la noche y entre aplausos desbordantes apareció al señor corales, que curiosamente se parecía mucho al señor que vendía las entradas. Con voz ceremoniosa anuncio todas las atracciones de la noche y luego dio rienda suelta a la función.

El primer número, seguramente con el fin de dejarnos sin respiración, fue el mono del Amazonas.

Sobre una estructura de fierro, el animal delgado como brazo de negro etiope y de cola larga y peluda como rama de guiro, hacia su labor. Era mas bien fome, pero estábamos todos en silencio, era la primera vez que veía un espécimen de esos, así es que a la menor pirueta nuestras manos aplaudían a rabiar. Todo iba bien, hasta que en un movimiento torpe de su cola de guiro, se agarro del cable pelado que sostenía la ampolleta. Un estruendo, que hasta hoy puedo escuchar, nos hizo gritar con horror desmedido. El mono electrocutado hizo un movimiento extraño, puso los ojos en blanco como poseído y se fue al suelo de un porrazo ante la audiencia que se tapaba los ojos y se agarraba el pelo.
Por un momento la luz se corto, todo el mundo gritaba como en esa escena del Titanic, antes de hundirse el barco. Cuando por fin volvió la luz, unos payasos aparecieron con una camilla improvisada y se llevaron al humeante mono. El señor corales, tratando de seguir adelante con la función, anuncio una atracción magnifica, “Los perros bailarines”, pero nadie aplaudió. Aparecieron esos pobres quiltros que sin pena ni gloria se presentaron y se despidieron del público inerte, que no podía recuperarse del shock. Entonces los payasos salieron entre una ensordecedora fanfarria que lloraba desde el parlante de acero, pero todo fue en vano, nadie reía, todos queríamos llorar. Así es que en un acto desesperado por salvar la dignidad del circo se anuncio el mayor número jamás antes visto, “La mariposa encantada”.

Se trataba de una señora gorda, de cachetes pintados hasta el cansancio, que estaba acostada de guata en una especie de tarima con ruedas. Vestía aun enorme traje de terciopelo negro. En su espalda unas enormes y coloridas alas de mariposa de papel de volantín se movían, haciéndonos creer que podría volar en cualquier momento. Sobre su cabeza, una toca extrañísima figuraba como dos antenas capaces de conectarse quizá con que mundos, a fin de adivinar los secretos más secretos e inconfesables de cada uno de nosotros. Las viejas mas copuchentas del pueblo tomaron tribuna y mientras a paso lento la mariposa llegaba al centro del plató, la multitud se olvido del mono y cayo en trance ante esta fantasmal figura del mas allá.

El señor corales tomo a un tipo del publico y le pidió el carne de identidad, mientras "la mariposa encantada" aleteaba con más fuerza y cerrando los ojos cuyas pestañas furiosas y enormes se podían ver desde la distancia sin esfuerzo, parecían buscar alguna información. Luego, después de un silencio sepulcral pronuncio uno a uno los números de el carne de identidad del hombre, que aseguraba maravillado, ante los ojos del señor corales que efectivamente era así, había adivinado, todos aplaudimos a rabiar.

Después de eso, la multitud volvió a recobrar la atención, y los rostros se llenaron de expectación y alegría. Todos reaccionamos ante esta adivina multicolor, que era capaz de saber ese número tan secreto. Lamentablemente, al parecer, sus poderes estaban un poco aturdidos esa noche, por que el viento implacable de la pampa se apareció así, de repente, como por arte de magia, sin aviso previo y comenzó a mover la carpa asoleada, sin que nadie se diera cuenta, hasta que fue demasiado tarde.

En plena adivinanza de "la mariposa encantada" la carpa, que hasta la fecha había soportado los soles más quemantes y los vientos más violentos del desierto, comenzó a rasgarse desde arriba como una tela de cebolla, con una fragilidad sorprendente y con una rapidez que no permitió escapatoria. De nuevo la multitud comenzó a gritar horrorizada mientras la tela se desplomaba por los costados, algunos comenzaron a correr, mientras eran atrapados por la carpa, que se venia al suelo como velas de navío bombardeado. Mientras todos corrían, pude ver a la mariposa encantada, que se arremango el traje de terciopelo barato y rompió sin miramientos sus alas de papel en la huida, detrás de ella y como un espejismo sublime, divise el cuerpo achicharrado del mono, aun humeante, que descansaba en paz cerca del llamo altiplánico, que amarrado y absorto, estaba en otro lugar, seguramente feliz con el viento, que le trajo recuerdos de los suyos, allá en las estepas andinas.

En medio del bullicio, mientras los asistentes reclamaban, insultaban y otros reían, yo caí en una pena de la que aun no me repongo. Mis padres lo intuyeron, por eso no dijeron nada mientras caminábamos en silencio de regreso a casa, sólo me abrazaron como si fuese yo, uno más del circo, una victima de la malograda función de esa noche trágicamente ventosa.

A la mañana siguiente, todo el pueblo asistió al entierro del mono, al que depositamos flores de papel. En el desierto no hay flores, así es que se recrean con lo que se tenga a mano, revistas, papeles o plásticos. Y despedimos, después de una colecta masiva, al circo que se alejo con su carpa cortada en dos, como su dignidad y como seguramente llevaba el corazón. Lo vi perderse para siempre, por la negra línea que cruza el desierto que lleva hacia otros mundos, por donde alguna vez partí también en busca de mis sueños.

Por eso, cada vez que veo un espectáculo, ya sea en Paris, Londres, Roma, Santiago o Mantos Blancos mis ojos se maravillan, ese es mi llamado “éxtasis” del que tanto se burlan mis amigos. Puedo verme sentado en esa carpa y reconocer nuevamente a ese niño desencajado, mirando el circo derrumbarse y a la vez entender el esfuerzo del artista por lograr su hazaña. Por eso todos los creadores como Sergio Ortega, merecen una flor de papel de colores, como la que tuvo ese mono delgado, como brazo etiope en su tumba, ya que fue el primer gran artista que vi morir en el intento por llegar al nirvana de los escogidos.

Sunday, November 20, 2005

Pateau a Chanel

PATEAUX A CHANEL

He ido muchas veces a Paris, viví allá durante un tiempo. Es una ciudad fantástica que ofrece tantas alternativas para disfrutar, aprender, conocer que la posibilidad de vivirlas todas requiere de tiempo, exactamente igual al que uno necesita para ver todo lo que esta en el museo del Louvre. Si te detienes un minuto por cada una de las obras expuestas, eso incluye el edificio en si, estarías la mitad de tu vida caminando por los pasillos de este monumental museo.

Hay muchas cosas que deje de hacer y conocer en Paris mientras vivía allá, pero como últimamente he estado viajando con frecuencia, he optado por conocer espacios nuevos, que recorrer con nostalgia los mismos lugares de siempre. A pesar de ello, hay cosas a las que nunca me he atrevido y las razones pueden ser muchas, tiempo, plata, desconocimiento, etc. Todas ellas producen un grado de frustración, pero hay una razón peor…POR VERGÜENZA.

Yo nací en Antofagasta, pase la mitad de mi vida en pueblitos chicos y campamentos mineros, donde no había nada excepto cerros y mucha tierra. No había animales finos, solo unos quiltros asoleados y un par de moscas que volaban atontadas con los altos grados de calor. Había mucho cabro chico, negros de sol, con los mocos secos en las narices y el pelo tieso de tierra, como el de sus padres cuando volvían moribundos de explotación de la pega en la mina.

También había señoras, muy pocas eran delgadas, casi todas gordas, en cuya alimentación no estaba contemplado el rechazo a los alimentos transgénicos, ni el solarium, ni el gym, ni menos el vestuario con las ultimas tendencias de los grandes diseñadores Europeos. En la antigüedad lo máximo de la coquetería femenina para estas señoras, era comprarse o “fiar”un corte de género bonito que más tarde se remplazó, por la costumbre de elegir un vestido sentador, ojalá colorido y con hartas flores, pues en estos lugares desérticos la única planta que podíamos ver era la de los pies.

En la oficina salitrera Pedro de Valdivia, donde viví mucho tiempo, la súper tienda de ropa fue la del “Judío Silva”, odiado por tener cosas más bonitas del pueblo y ser un viejo carero. Por otro lado estaba también “La Pulpería”, en donde se compraba con descuento por dentro, es decir una especie de crédito que la misma empresa descontaba del escuálido sueldo que pagaba a los mineros.

La fauna comercial era bien creativa, especialmente en los nombres que se daban a los comerciantes de cada local. Teníamos por ejemplo “El carne asá (asada), que era un tipo que dormía en un somier metálico a la manera de un trozo de carne a la parrilla, de ahí este apelativo; “El mono cristi”, un viejo amable pero más feo que pegarle a la mamá y que tenia un bus - camión armado con retazos de todo, una especie de frakenstein móvil que ya se la quisieran Emir Kusturica o los del equipo de arte de Mad Max; “La Luchita”, una viejita milenaria que tenia una librería que se llamaba “La chilenita”, de la cual nunca salía y sólo se podía ver su cara barbuda, con enormes bigotes albos semejando uno de esos peces flacos (Escalaris) que hay en los acuarios de los restaurantes chinos. Era tanto el impacto que esta señora provocaba, especialmente en los niños, que muchos llegamos a pensar que sólo era una cabeza flotante, que carecía de extremidades y poto.

También estaban “Los Espinoza Hermanos, hoy sería como una gran cadena de supermercados y que era propiedad de la alianza entre mi padre y su hermano. Esta, era verdaderamente poderosa, lo que nos convertía en los millonarios del lugar, una especie de familia “Ewing”, como la de la serie “Dallas” de los años 70.

En Tocopilla, donde viví más tarde, la alta costura estaba en manos de “La Judia Alia Salem” o de “La boutique Gladys” dos viejas que ofrecían unos créditos despiadados y que a la hora de cobrar eran unos verdaderos demonios. Los artículos electrónicos se compraban en la “Sin Rival”, tenía ese nombre pues, irónicamente no existía otro local del rubro para competir con él.

La súper experiencia en el mundo de la moda estaba en Antofagasta, en la tienda “El Vaticano modas” y eso era el nirvana de la “aute couture”, al que sólo se accedía con un buen turro de billetes, pues las tarjetas de crédito en esa época no existían en esas latitudes.

Ese era mi barniz en el mundo de las telas, las texturas y el comercio, por eso entrar a comprar en la casa central de Chanel en Paris fue, para mi, el equivalente al paso del hombre en la luna, es decir un salto para mi humanidad.

Pablo, quien se mueve como pez en el agua en estas áreas, se conoce de memoria Rodeo Drive o las grandes tiendas de Sydney, Los Angeles, Milano, Londres, New York e incluso algunas muy top del oriente, salió decidido a recorrer las casas de alta costura parisina. Su prima, una millonaria aburrida de tener el diablo verde en su billetera, le había llamado desde el teléfono de su Porshe Cayenne en Sydney, para encargarle como de costumbre, algunas cositas pocas. Por eso esa mañana tenía todo dispuesto para llegar a Avenue Montagne, donde, ya había averiguado, estaban estas catedrales del fashion.

El vestía un Pantalón Prada y una camisa Dolce & Gabbana, compras hechas con su prima con quien se encontró el verano pasado en Taormina (Italia), después de volar desde Dubai, donde suele descansar en el Burj al Arab, el único hotel siete estrellas del mundo. Sobre esto, un hermoso abrigo de cuero negro, largo, a lo matrix, que se compro en Suecia y unos botines para la lluvia, (Es invierno en Paris).

Yo, unos jeans Gucci, que me regalo Pablo, una polera FES de tres lucas que compre en el Alto las Condes en una liquidación de dos poleras por seis lucas, una parca negra de cinco lucas que me regalo mi papá. Se la compro a un Boliviano en Mejillones, que lo convenció que estaba confeccionada con material de la NASA …¿? (Nunca sabremos la verdad, pero lo cierto es que es muy liviana y extremadamente abrigadora) y unos zapatos negros, a los que llamo cariñosamente GUARENES.

Yo suponía y es lo que creen todos, que estas tiendas están en Les Champs Elysées, falsedad total, eso es para el turismo, pues a un costado de esta famosa avenida se encuentra el verdadero vía crucis para la billetera, la Avenue Montagne, donde sólo los top como Madonna, Hilary Clinton, Lady Di, Catherine Deneuve, la Zeta Jones, Brad Pitt, varios árabes con olor a petróleo y la prima de Pablo tienen acceso.

Esta es una calle de hermosos y bien cuidados edificios antiguos. Son enormes caserones que brillantemente dispuso el Barón Haussman en la época de Napoleón III. Por esta avenida están, una al lado de la otra, las marcas más famosas del mundo de la moda. Algo similar a lo que pasa en Place Vendome donde las joyerías dejan ciegos a los millonarios que se hospedan en el celebre Hotel Ritz, el mismo donde vivía Coco Chanel, fumando en sus enormes ceniceros de oro puro y desde donde salio hecha una bala y media caramboleada, la siempre top y digna Lady Di rumbo a su destino final.

La primera casa en aparecer fue Chanel.

La entrada es a través de una puerta de madera, con enormes cristales biselados donde espera al cliente un tipo de unos dos metros, elegantemente bien vestido, de facciones galas impecables, de modales seguros y distinguidos.

Pablo paso por la puerta y sin darme respiro entro como si estuviese en su casa. Yo le seguí, pero un impulso ancestral me detuvo ante la mirada desconcertada del portero de proporciones griegas. La puerta se abrió de la mano de este adonis “chanelesco”, vestido seguramente por las mismas tijeras de Kart Lagerfel.

Pablo entro dispuesto a devorarse todo, pues ya se habían depositado desde Australia varios miles de dólares en la tarjeta de crédito para los compulsivos deseos de su prima. Yo detrás, un poco aturdido, no fui capas de entrar, pues justo cuando de un modo inconsciente me disponía a atravesar la puerta, cometo el grave error de mirar mis pies… Horror, veo mis guarenes, mis zapatos fiados en Falabella, en cómodas cuotas y sin pie, llenos de barro.

Me invadió un pánico de proporciones, sentí un miedo descontrolado; Miedo a ensuciar la alfombra blanca que se adivinada desde la puerta y que atravesaba todo el edificio, miedo a que me sacaran a “patadas en la raja” por entrar con mi look Cuma a ese templo reservado sólo para los ricos y famosos, miedo al desprecio de los vendedores tan bellamente decorados, miedo a que se rieran de mi estampa ordaca, tercermundista...es decir negro, chico, cabezón, patas cortas, mal vestido, sin gracia y excesivamente alimentado, por lo tanto “mal alimentado”.

Pensé en una acción que no delatara mis vergüenzas, metí rápidamente las manos en los bolsillos de mi parca negra de la Nasa boliviana y encontré como por arte de magia el artículo más utilizado y prostituido de las películas, teleseries, relatos literarios, penas y angustias varias. Por putas laboriosas, maricones celosos, gueones gorriados, padres novicios, viejos alcohólicos, galanes de poca monta, lolos carreteros, estudiantes desesperados y cumas como yo…un cigarro.

Lo saque y lo encendí, frente a los ojos de azul cobalto del portero impecable que me esperaba en suspenso. Hice un ademán de que no se preocupara, que entraría más tarde, movió la cabeza en un gesto de entendimiento lleno de gracia y yo gire con mi pucho hacia la calle como tratando de escapar. Desde ese lugar podía ver los anuncios de las otras casas de alta costura. Dolce & Gabbana, Kenzo, Gucci, Armani, Dior, Lacroix, Hugo Boss, Prada, etc, etc.

- ¡Conche tu madre, pensé …me queda pasar todas esas vergüenzas ! .

Estando en esos lamentos, para a mi lado un hermoso auto negro, arrotado, gigante. Un Bentley, (Tan lindo y caro como un Rolls), de donde descendió una vieja mal vestida, hedionda y chascona como pincel de kinder. Cuando cerró la puerta de su nave top se dio vueltas y me miro, miro mi cigarro y me escudriño levemente. Luego sus ojos se tornaron dulces, me miro a los ojos directamente pero con buena onda y me pidió disculpas por haber quedado tan encima del otro auto, que creyó era el mío. Se trataba de un Mercedes Benz sport. Le dije que no se preocupara y sonreí. La hedionda gira mientras se despide y entra con una prestancia impresionante a la casa Chanel, el portero la saluda cordialmente y una mina vestida de negro, muy hermosa, flaca y deslavada como fideo chino la recibe con harta pompa.

En ese mismo instante viene saliendo un tipo vestido de cuero rojo y una camisa blanca con rectángulos pequeños de color negro. Las mangas y el cuello eran enormes, se salían de la chaqueta y los zapatos eran puntiagudos. El tipo de pelo corto, teñido como un rubio casi blanco, se contorneaba como top model cuando caminaba. Lo hacia con gracia, pero transgredía las reglas del protocolo viril. Las bolsas, como tres o cuatro (Chanel, por cierto) que llevaba en sus manos, eran como joyas que lucia con desenfreno.

El portero abrió la puerta y salio disparado rumbo a la calle, quién sabe, qué otra tienda reciba sus movimientos afrancesados. Yo me quede mirándolo anonadado, el se dio cuenta y justo antes de entrar por la puerta de Kenzo me miro y me sonrió coqueto. De los nervios aspire el cigarro hasta agotarlo, sentí el fuego, casi quemar mis dedos, así es que lo bote y lo pise con mis guarenes de falabella.

En eso estaba cuando un par de chinas horrorosas ( No es que piense que las chinas son feas, sólo estas lo eran), vestidas muy raro y hablando en signos, en ese idioma tan incomprensible que siempre me ha sonado a robot, entran a Chanel con la misma prestancia que la vieja hedionda. En eso estaba cuando aparece Pablo indignado

- Gueón, te pasaste, te he estado buscando por todo Chanel –

Yo no sabía que decir, trate pero no me dejaba, seguía reclamando. Quise decirle que tenia vergüenza de entrar, que a lo mejor me mirarían feo, que para mi era más cómodo ir donde el judío silva, el mono cristi, la boutique Gladys o la pulpería de mi pueblito en el desierto, en donde nadie me despreciaría por llevar los zapatos sucios.
Entonces algo salio de mi boca.

- mis zapatos…

Pablo miro mis guarenes y bajó hacia ellos, saco un pañuelo y me los limpio, reclamando por cierto.

- Eres el colmo pato, hasta hay que limpiarte los zapatos como al emperador chino Pu Yi. No puedes ser tan rey para tus cosas, eres demasiado…Desde que te convertiste en director de cine, crees que todos te deben reverencia gueón,
- Hay gente en el mundo además de ti.
- Te crees la raja., sentenció

Todo esto mientras yo miraba como sus manos limpiaban mis sucios guarenes de Falabella e intentando decirle que estaba equivocado, que no me creo la raja, que sólo soy un quiltro con vergüenza. Entonces para darme ánimo levanto la vista y me doy cuenta que el portero de Chanel miraba sorprendido la escena con sus enormes ojos azules.

Pablo se pone de pie y vuelve a entrar a Chanel haciéndome un gesto para que lo siga. No me quedo otra alternativa, así es que moví mi humanidad, tragándome mi vergüenza y mordiendo mi auto desprecio.

El guardia me hizo una reverencia cuando cruce la puerta, complacido por mi presencia y la flaca de negro deslavada como fideo chino, salio corriendo en mi búsqueda. Me saluda en un francés muy diplomático, yo le respondo, la miro a los ojos y le sonrío con ellos. La flaca se queda complacida mirándome feliz mientras camino por la alfombra alba de Chanel, mirando las creaciones de Lagerfel y las sillas Luis XV que decoran el lugar. Confieso que me sentí diferente sobre todo cuando vi mi rostro en los espejos del salón en donde todo el jet set se pasea iluminado por enormes lámparas de cristal que ahora también me alumbran a mi.

No hay nadie adentro, sólo yo, Pablo que habla en su perfecto ingles británico con otra mujer que le muestra diseños exclusivos. La flaca como fideo chino que me mira agradecida aun y el portero que esta de espaldas mirando hacia la calle esperando a otra vieja hedionda, chinas feas, algún cola vestido de cuero rojo u otro director de cine del tercer mundo avergonzado, que quiera entrar al templo de coco Chanel para perder sus miedos.

LOLY

LOLY

Para muchos Loly será el acto de comer ese chupetín ancestral, que era como jalea dura que costaba casi nada y que obteniamos después de hueviar harto a la mamá mientras hacia las compras. Para otros más vivídos será el sexo oral, como comúnmente se conoce ese acontecimiento tan perseguido por muchos. En este caso Loly es una compañera de colegio, el colegio de mi infancia, que más que colegio era una escuela, la EDA, Escuela de Desarrollo Artístico de Antofagasta, en donde me matricularon mis padres para que me desarrollara en las artes, actividad que estaba más clara para ellos que para mi, que para entonces contaba con 11 años y me encontraba absolutamente perdido en lo que a futuro respecta.

Yo era el típico cabro flojo, vaca y divertido que hay en toda institución educacional, al punto que mis profesores crearon una sala especialmente para castigarme, con el fin de no expulsarme de clases que era lo que yo buscaba.
En esa sala me encerraban a hacer tareas o a leer, algo que era realmente torturante. Entonces decidí ocupar ese espacio en actividades más entretenidas. Organizaba show’s al que todos mis compañeros querían asistir. Doblaba a mis héroes del momento en performances que hasta hoy se recuerdan algunos que tuvieron la suerte de asistir a alguna. Extrañamente todo el mundo comenzó a portarse mal en clases y eran enviados a esta sala de castigo, en donde les esperaba la experiencia artística secreta del momento, mis performances.

De mis estudios ni hablar, jamás tomaba un cuaderno, sólo tenia uno y menos leía los textos que se pedían para los exámenes. Recuerdo haber tenido que comprar CRIMEN Y CASTIGO, ese libro ruso maravilloso que para mi, en ese momento, era un verdadero castigo.

Como buen alumno flojo, tenía un único cuaderno, en el que escribía algo de las materias y otros rollos mios de por entonces, algunas ideas que no creía importante y que por vergüenza guardaba bajo siete llaves.

En cambio loly era la típica mina rica del curso, bonita, estudiosa, top. Se juntaba con las más lindas del colegio y pololeaba con los minos mas envidiados. Los profesores la amaban y se dibujaba desde ya un futuro prometedor para ella. Mi relación con ella era cordial, no éramos amigos, pero yo le caía bien y se reía de mis chistes, pero jamás se acerco a mi para un trabajo, para estudiar juntos y menos para consultarme por alguna tarea, pues yo era absolutamente nulo.

Una tarde después de clases Loly salio antes, pues fue llamada por la dirección para representar al colegio en alguna actividad, La cosa termino tarde, así es que apareció en la sala de clases cuando todo el mundo se había retirado. Yo, para variar estaba pegado en escribir la tarea que seguramente no haría y que figuraba en la pizarra como un argumento incomprendido para mi. Loly muy preocupada no tuvo alternativa y por primera y única vez se dirigió a mi con su voz dulce y su mirada top.

- Patricio, puedes explicarme la tarea, por favor -.

Yo no supe que decir, tampoco podía, pues no puse atención y no tenia la más mínima idea de que debíamos hacer, entonces sin meditar le dije:

- Te presto el cuaderno para que la copies en tu casa y mañana me lo devuelves -.

Lo tomó y se fue de inmediato, corriendo, pues la esperaban para llevarla a casa. Yo me quede atónito, aturdido, hasta que me di cuenta que había cometido un error fatal. Le había pasado mi cuaderno, mi único cuaderno a la mina top del colegio, en donde estaban todas las cabezas de pescado que había escrito en el año y me entro un pánico que pocas veces he vuelto a sentir.

Al día siguiente, no me atreví a mirarla y trate de hacerme el invisible para que cuando me entregara el dichoso cuaderno pareciera un trámite más. Loly espero hasta el recreo y me miraba curiosa desde su puesto top de vez en cuando. (Siempre se sentaba frente al profesor) Cuando sonó el timbre y todos corrieron al patio, Loly se acerco a mi con el cuaderno, yo tiritaba como canasto de guatas, como perro envenenado, esperando alguna frase que terminara por destruirme.

- “Gracias por el cuaderno…Oye, disculpa, pero leí lo que tienes escrito, te felicito y realmente no entiendo como no has participado en los concursos literarios, me sentí muy tocada por tu manera de ver el mundo…”

Yo casi me cague ahí mismo, me descoloco y como broche de oro me invito a comentar el libro que había que leer para el examen del lunes “Palomita Blanca de Enrique La Fourcade”, ni sabía que existía ese libro. Le dije que sí, que encantado y salí corriendo a comprarlo para poder hacer frente a esa mina que me había cagado la vida mediocre para siempre.

Lo leí, me lo devoré como loco y me transforme en un adicto hasta el día de hoy en que mi trabajo es escribir guiónes y hacer películas.

Loly, donde quiera que estés, gracias por haberme regalado mi futuro y la dignidad que no tenia.

Pato

Thursday, November 17, 2005

UNA TARDE CON EL PATO

UNA TARDE CON EL PATO

Este día tan caluroso, me impide salir a la calle. tanto sol, me recuerda los dias en el norte, en donde no me percataba de la potencia de la luz y del calor. Era natural salir a la calle y freirse como si fuera un acto espontaneo. Hoy no me parece lo mismo y prefiero los dias nublados en que puedo caminar tranquilo sin pensar en la transpiración o en buscar un arbol para cubrirme de lo implacable que puede ser el sol.

Asi es que me quede leyendo en la terraza de mi depto en Vitacura, "La misteriosa llama de la reina Loana" de Humberto Eco, un libro que me sirve para preparar un personaje para un guión, el perfil psicologico de un gueón (el del guión), que pierde la memoria en forma temporal y al cual un tipo algo mayor, aparentemente buena gente, le enseña los rituales diarios de sobrevivencia en una casa: como contestar el telefono, encender la TV, usar la cocina, bañarse, etc.

Esta buena voluntad, tan agradecida por el tipo sin memoria, sera traspasada por la sorpresa cuando el enfermo descubra que ese personaje mayor, no es su padre, ni su tio, ni un buen amigo. Se trata de su ex pareja, un hombre mayor que lo mantiene en un buen departamento, lleno de comodidades y al que el enfermito le agradecia con favores del placer carnal o de la vida galante, como dirian en Mexico. Cuando lo descubre se hace el loco, y se sigue haciendo el enfermo para intentar re hacer su vida. Sin embargo, hay algo en su naturaleza que no ha cambiado, pues si bien quiere dejar de ser un simple puto, sigue aprovechandose del viejo que en su intento de recuperar sus favores lo tapiza de atenciones. En resumen el enfermito, sin memoria, sigue siendo un aprovechador, pues eso esta en su naturaleza.

De eso estoy escribiendo ahora y tanto gueón cagao de la cabeza me tiene un poco chato.
El otro dia , para limpiarme la sesera, sali a dar una vuelta en auto por la ciudad. Me sente en un cafe, es decir en la terraza de un cafe, en el centro de Santiago, cerca del museo de Bellas Artes. Lindo cafe, estilo europeo, con muebles design, onda fashion, lleno de gente con cara de haberse comprado recien un traje ARMANI, aun cuando todos vestian con ropa nacional. Yo si andaba con ropa GUCCI, que me compre en una tienda que liquidaba todo por casi nada en Paris, fue mi oportunidad de tener ropa fina, me compre hartas cosas a precio de huevo, pero huevo fino, que es lo unico fino que tengo, pues apesar de todo sigo siendo un verdadero quiltro amaestrado.

Bueno, me sente con mi ropa GUCCI y nadie me miró, supongo que el viejo refran "Aun que la mona se vista de seda, mona queda", se aplica muy bien a este acontecimiento, por que si bien, habia gente mas fea que yo, mi ropa GUCCI, no me ayudo mucho, aun cuando mi intención no era modelar como esos minos recargados que uno ve en MILANO...yo diria que mas bien, que mi aparencia era la de un perro rasca con collar de perlas.

Un poco más alla , en la mesa casi contigua, Pedro Lemebel, el escritor, fumaba regia. De vez en cuando movia sus piernas lo que me permitia ver sus zapatos de mujer con tacones puntiagudos.
Pedi un cafe Expres, como la hacen los artistas en Paris, en el cafe de la Paix o Lennin, Einstein y su futura mujer o los creadores del movimiento DADA lo hacian en el ODEON de Zûrich, en Suiza, en donde un dia, por tratar de homenajearlos me tome un expres por cada uno con consecuencias terribles para mi digestión, una diarrea fulminante, me hizo recordar a cada loco por el que habia brindado en el trono sanitario del hotel Dolder de la ciudad de los chocolates, con el poto cocido y sin un poco de hipoglos que curara mi dolor.

En fin, llego mi cafe expres y Lemebel apago su cigarro, yo me saque mis gafas , otra adquisisción top, por luca quinientos, me las compre y son maravillosas, cuando me las pongo me trasformo, paso de ser un comun mortal a un top de las grandes ligas de las artes, es mi disfraz infalible, que uso todos los dias para salir de combate en la gran ciudad.

Cuango me saco los lentes (realmente ARMANI), Lemebel saca otro cigarro, lo enciende y me mira. Nos cruzamos unos segundos...y nos quedamos en suspenso, yo atonito ante la presencia abasalladora de este escritor, senti que el estomago explotaba como el higado de un ganzo, justo antes de convertirse en FOIE GRAS ( Pate, pa la galucha que no sabe). Me hace una seña buena onda, que respondo con maestria, gracia, tal como si aun tuviese puestas mias gafas ARMANI.
Me senti power y distinguido, mi reverencia fue digna como la de los reyes en Versailles, que apesar de mi espiritu socialista, insisto que deberia ser mi casa de campo. Entonces, como por arte de magia, todo el entorno se percato de mi, supieron que existia e imaginaron que era amigo del unico STAR que habia en ese lugar Pedro Lemebel. Algunos me miraron con curiosidad, otros fingieron una sonrisa, como para que yo los considerara.

En ese trance me tome mi expres, encendi mi cigarrillo que llebaba rato en mi mano temblorosa y en ese instante se sento otro tipo, bien vestido, pero asustado. Se percato que las estrellas del gallinero eramos Lemebel y yo y pidio un cafe expres, tras mirar que habia en nuestra mesas. Nadie se percato que habia llegado o mas bien, todos fingieron que ese tipo no existia, hasta que cuando se acabo mi cigarro y quise prender otro lo mire, él se quedo en silencio pegado ante mi scanner y en ese nuevo trance le hice una seña, como saludo, entonces todos lo miraron y lo aprovaron...ah, me dije, este es el modo en que nace la gente.

DADA

DADA

Este weekend lo pase en Paris, gracias a las maniobras de Pablo que me rapto de las calles de Vitacura y me hizo despertar en plena Bastilla. Ya se que algunos pensaran que soy un tipo Burgués, un poco Snob, pero la vida es así. Por eso me retracte de escribir mis compras en Christian Dior en el 30, Avenue Montagne, sólo por esta vez, pues ira próximamente para la envidia de muchos.

Como siempre fue increíble estar allá, junto a todos los que quiero tanto, recorrer los bulevares reales, que no se parecen en nada a esa imitación chicana que es el boulevard del Parque Arauco.

Con mi tía Michel, (A real French Woman), una mujer increíblemente única, paseamos por las calles de Paris, tomamos café, fuimos de shopping y entre muchas actividades me llevo a exposiciones fantásticas. En el Centro Cultural Pompidou, por ejemplo, un edificio loquísimo que emerge en plena calle parisina como si a alguien se le hubiera ocurrido darlo vuelta, desde adentro hacia fuera, dejando a vista de todos sus costillas metálicas y cañerías multicolores. En este sitio vimos la muestra del movimiento DADA.

El DADA, nace en la Suiza Alemana (Zurich) y el termino DADA sería la doble afirmación en los países eslavos y sobre todo las primeras palabras de los niños…¿? Todo esto, según un insoportable guía de la exposición, que hablaba fome y soplaba como loco, mientras la masa de visitantes hacia esfuerzos para seguir su discurso latero.

…Y supone un quiebre, incomprendido para la época y aparentemente para muchos de los que estábamos ahí…Para hacerlo simple, todo es rupturísta e impresionantemente irónico, cargado de un humor negro, en ocasiones bastante espeso. En buen chileno, “un grupo de gallos care raja que rompieron con todo”.

Comencé a recorrer la exposición que estaba llena de escritos, trabajos e instalaciones raras, poemas que estos tipos hacían recortando revistas en el café Odeon de Zurich (El mismo en donde me dio una diarrea fulminante que conté en otra crónica: “Una tarde con el Pato”), tiraban al aire los papelitos y según el orden en que caían eran pegados, configurando oraciones imposibles.

Como buen fanático fui por todos lados buscando la famosa FOUNTAIN de Marcel Dochamp (1917), una especie de “Monalisa” del arte moderno que según los entendidos cambió para siempre las añejas reglas del arte y que hoy vale millones de dolares. Parado frente a ella atontado, embelesado por su tamaño y propuesta me vino a la cabeza una reflexión que más tarde, sobrevolando el amazonas en el boing 777 de Air France que me traía de vuelta a casa, entendí era de origen absolutamente DADA: ¿Cómo se puede cruzar el mundo entero para ver una especie de bacinica colectiva y sentirse extasiado al observarla?

Pensé en la cantidad de viejos prostáticos que dejaron sus líquidos en tal obra sin saberlo y en los exitosos cuadros de Andy Warhol meados hasta el agotamiento, por sus amigos borrachos y drogados en la factoría de New York, en una acción de arte, según ellos. ¿Habrá pensado Duchamp en las próstatas descargadas cuando decidió que ese urinario seria, desde ahora en adelante una obra maestra?, quien sabe, habría que ser DADA para tales motivaciones y obtener la respuesta adecuada. Sin embargo yo estaba ahí, atontado por tener ante mis ojos un meadero famoso… como el futuro es incierto en estas cosas del arte, quien sabe si el W.C. que diariamente recibe nuestros desechos o el papel higiénico que limpia las vergüenzas de nuestra humanidad, serán en un futuro, un ícono del arte.

La respuesta fue simple, en La Villette.
Este es otro centro cultural parisino, en donde fui a ver todas las naves, vestuarios, maquetas, robots reales, utilizados en las películas Star Wars, de George Lucas y que como buen cineasta, caí de rodillas, con los ojos en blanco, en trance, en un orgasmo visual y de extremo fanatismo.
No pude evitar pensar en todos mis amigos seguidores de la saga, que se compran muñequitos en las galerías de Providencia, en mi querida Sandra Aguilera, que tiene sueños recurrentes en que se ve como la princesa Leia atrapada por los poderosos brazos de Han Solo y el sonido gutural irritante de Chuwacca, quien observa celoso la escena…(Siempre he tenido la sensación que entre Han Solo y Chuwacca hay algo poco claro) Pensé en todos estando al lado de Yoda, la espada láser, la real, la de los jedis. Darth Vaider, sus naves y mucho más. (Muéranse de rabia y envidia)

Bueno, volviendo a la interrogante de los desechos, en este lugar, La Villete, se realizo hace poco una exposición de esos nobles materiales, donde mocos, cacas y descompuestos varios, hicieron de las suyas ante los ojos alertas y comprensivos de los intelectuales galos que aplaudieron extasiados cada uno de estos.

Cuando me contaban esta increíble muestra, una imagen tercermundista, con rasgos de sana envidia y creatividad rasca me golpeo la cabeza. Podríamos imitar estas tendencias, me dije. No seria la primera vez, cuanto edificio, moda y look europeo transita por nuestras calles cumas, imitando a los creadores franceses, en una fusión libertaria estilo: “Lautaro-Bonaparte” o la fusión Chiteco- Chanel (léanse las dos con SH).

Si fuésemos más visionarios y nos preocupáramos de invertir en estos movimientos, podríamos proponer una exposición de desechos. Por ejemplo, de los abuelitos del Hogar de Cristo, tan de moda en estos días, bendecidos por la mano neo nazi de su Santidad (Otra ironía DADA, el Papa es DADA, es decir care raja), en donde cada papel cagado representaría la vida interior de un hombre o mujer abandonados por nuestro aplaudido sistema económico emergente y la podríamos titular:

Del DADA al GAGA
“Vidas Pasadas - Vidas Cagadas”.

Bien por el arte moderno y los irreverentes DADA. Desde ahora en adelante, cuando vaya a su baño haga una reverencia antes de defecar, mire bien sus artefactos, luego sus evacuaciones. Analícelas y admírelas, con una mirada nueva, intelectual. Quién sabe si algún día el mundo pague miles de dólares para ver donde usted cagaba las compras de su supermercado más cercano.